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martes, 3 de febrero de 2009

Emilio Ontiveros, Catedrático de Economía de la empresa de la Universidad de Madrid nos habla de "la crisis made in spain"






Emilio Ontiveros: Con un paro inferior al del 93, el malestar social sería mayor

Catedrático de Economía de la Empresa en la Universidad Autónoma de Madrid, fundador y presidente de AFI

Por Ignacio Alonso, Fotografías: Eva Peñuela

Emilio Ontiveros (Ciudad Real, 1948) es catedrático de Economía de la Empresa en la Universidad Autónoma de Madrid, fundador y presidente de AFI (Analistas Financieros Internacionales), estudioso de la que ha dado en llamarse sociedad de la información, autor de numerosos libros sobre asuntos de economía y finanzas, articulista y comentarista habitual de la actualidad económica en una cadena de televisión. Por edad, formación y desempeño profesional, ha vivido y lidiado con las últimas grandes crisis de la economía española e internacional. Todas se superaron y de ésta, asegura, también saldremos, pero no me atrevo a decir cómo y cuándo.
El pasado verano usted fue visiting scholar en la Warthon School-Universidad de Pennsylvania, Estados Unidos, desde donde asistió a la gran eclosión de la crisis financiera. Nadie discute que la crisis se originó en aquel país. ¿Se pudo eludir en España?
La crisis en nuestro país hubiera sido muy difícil evitarla después de que emergiera con la virulencia que lo hizo en Estados Unidos y la rapidez con que generó metástasis al sistema financiero del Reino Unido, Irlanda e incluso Suiza. La quiebra de Lehman Brothers fue para mí el episodio que ha contribuido a provocar la mayor desconfianza global. Hasta entonces la crisis había alcanzado una envergadura notable, pero existía el convencimiento de que a las entidades con una cierta dimensión no las iba a dejar hundir el Tesoro estadounidense.

Nosotros, además, tenemos nuestra propia crisis made in Spain: la inmobiliaria. ¿Pudimos esquivarla?
Ahora es fácil decirlo. Quizás, reduciendo estímulos fiscales a la vivienda. Pero no era sencillo. La mayor demanda subyacente de vivienda en España existía como consecuencia de dos circunstancias: el incremento espectacular de población y el adelgazamiento del tamaño medio del hogar. España es históricamente un país con hogares más nutridos que Europa, ya sea porque nuestros hijos viven más tiempo con nosotros o porque la tasa de separación no es tan elevada. Pero nos estamos igualando. Otra razón de peso es que las autoridades no tenían margen de actuación frente al bajo nivel de los tipos de interés. Probablemente, se podría haber reducido el protagonismo de la construcción residencial frente a otros sectores como el tecnológico, por ejemplo, pero aunque ahora se diga que se tenía que haber hecho no es fácil decir cómo se tenía que haber hecho.

¿Cuántos parados puede aguantar nuestra economía, cuánto déficit en las cuentas públicas y cuánta morosidad las empresas y bancos?
Esas son las tres grandes maldiciones que pueden pesar sobre la economía en los próximos meses. Podemos aguantar un déficit público que esté por encima del 3% o del 4% del PIB, que es al que la media europea se está encaminando. Lo más difícil de responder es la tasa de paro. Uno está tentado de decir que en este país tuvimos tasas muy elevadas y no pasó nada, más allá del malestar de los que estaban parados. Pero yo creo que las circunstancias son distintas y con tasas de paro inferiores a las que vimos en los peores momentos del 93, el malestar social sería mayor. Esta crisis está generando algo preocupante, que es una cierta desafección, una quiebra de la confianza entre las personas que se puede poner más de manifiesto con una morosidad alta. Una tasa de paro del 16% produce una morosidad por encima del 6%, y por encima de esta tasa los recursos propios de algunas sociedades del sistema bancario están amenazados. Hasta el día de hoy no hay ninguna entidad en la “UVI”, pero con morosidades del 7% no habría que descartarlo.

¿Qué instrumentos tiene en sus manos el Gobierno para hacer frente a la situación?
Básicamente, la política fiscal. Mañana podría decretar de forma extraordinaria la reducción de todas sus figuras impositivas, pero yo creo que nadie en la OCDE se plantea una reducción de impuestos como mecanismo de compensación de la desaceleración. A lo que nos enfrentamos es a una recesión y el instrumento más amortiguador del desempleo sería el aumento de la inversión, el gasto público en su acepción más amplia y la inversión pública en particular. Es prioritario fortalecer la inversión en capital físico y tecnológico y la inversión en capital humano. Luego están las ayudas directas a las empresas, con las que yo soy un poco más escéptico porque el riesgo de generar agravios comparativos es alto y porque también es alto el riesgo de que no se distinga cuándo se ayuda a alguien que realmente lo necesita o a alguien ineficiente.

¿Deberá el Estado endeudarse para reconducir la crisis?
Tenemos uno de los stocks de deuda pública sobre el PIB más bajo de la OCDE y de Europa, lo que no es una incitación al endeudamiento por el endeudamiento, pero sí un factor de comodidad. Quiero decir que debemos tener menos prejuicios a la hora de adaptar medidas que supongan algo de endeudamiento a medio plazo. A España no le pasa nada si incrementa tres o cuatro puntos la deuda.

¿No debe el Estado comportarse como un probo padre de familia?
Un padre de familia piensa no solo en maximizar su utilidad más o menos conservadora en el corto plazo, sino que es consciente de que si invierte en la educación de su prole hoy, sus propios hijos le van a generar más rentas en el futuro.

¿Están desfasados los Presupuestos Generales que se discuten en el Parlamento?
Los que entraron en las Cortes en septiembre anticipaban sólo un 4% de inversión sobre el PIB y hay que ir a un 6,5% o un 7%. No estoy haciendo una incitación keynesiana; así es como van a proceder Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y Francia. Hay que darle un estirón a la inversión pública.

¿Qué aportó en su opinión la Cumbre de Washington?
El hecho de que haya existido y que haya una voluntad, como se dice en el comunicado, de reconocimiento de los errores que se han cometido en el sistema financiero global es positivo. Que se defina en nueve folios una serie de actuaciones de reforma para prevenir futuras crisis financieras con una agenda no me parece mal. Pero se ha ido más allá: se ha lanzado la idea de que sería bueno que se coordinaran acciones fiscales para evitar males peores. Y un elemento importante: se ha tratado de exorcizar el proteccionismo recordando lo que ocurrió durante la Gran Depresión y el periodo entreguerras, en el que las políticas de empobrecimiento del vecino incubaron la Segunda Guerra mundial.

¿Cómo interpreta usted la coordinación de medidas fiscales que se suscitó en la Cumbre?
Fue importante que en ella gobiernos conservadores y socialdemócratas hayan convenido que es necesario estimular fiscalmente la economía. Todo el mundo está admitiendo la necesidad de abrir un paréntesis en la exigencia de la ortodoxia presupuestaria y permitir un déficit para inversión pública.

¿Cabe la posibilidad de que Obama cambie la hoja de ruta?
Obama tiene una prioridad absoluta e inequívoca: luchar contra la crisis económica. Y creo que la afrontará con el manual que quedó esbozado en Washington. Su Administración va a ser más multilateral, más respetuosa con los compromisos globales, porque es consciente de que los Estados Unidos no pueden ir de hegemónicos por la vida. Tiene que contar con los emergentes, con China, Arabia Saudí, Brasil, Europa. Esto no quiere decir que acelere el ritmo impuesto en la agenda; puede que haya incluso aspectos en que la Administración demócrata sorprenda al resto del mundo y no muy favorablemente; por ejemplo, con ciertos ramalazos proteccionistas. Una de las cosas que me llamaron la atención de su programa electoral fue la penalización de las empresas multinacionales americanas que hicieran outsourcing de algunas actividades fuera de Estados Unidos.

¿Ha muerto el capitalismo salvaje de Wall Street?
La fauna más prototípica de Wall Street, que eran los bancos de inversión, ya no existe. Unos quebraron, otros fueron absorbidos por bancos comerciales y otros han pedido voluntariamente la reconversión, se han travestido y se han convertido en comerciales. El Tesoro norteamericano ha reconocido que existía una zona de banca en la sombra, que había quedado sin regular tras la depresión de los años treinta. La innovación financiera no queda estigmatizada pero se mira ahora como generadora de algunos riesgos y, en adelante, los guardias de la circulación estarán más cerca de esos vehículos que podrían canalizar infecciones de distinto tipo. Todo hace pensar que ese capitalismo de carácter genuinamente financiero ha quedado más debilitado.

¿Hay que acabar con los paraísos fiscales?
En Europa son difíciles de justificar. Si estamos en una comunidad de vecinos, lo que no debe haber es vecinos con más privilegios que otros. Si no hubiera impuestos no habría paraísos fiscales; pero que dentro de la misma comunidad, un mercado único, haya zonas con regímenes fiscales diferenciados yo no lo entiendo, no es racional. La intuición te dice que no hay paraísos artificiales y que si un país tiene que exhibir sus ventajas competitivas sobre la base de estar menos regulado que otro, una de dos, o convenimos en una misma regulación para todos o penalizar a quince no se atiene a las reglas de juego.

¿En el dilema inflación o crecimiento, de qué lado está?
Ese dilema ya no existe. Me temo que Trichet se equivocó. En julio subió tipos de interés y hoy se está arrepintiendo. Ahora, cosa que antes no hacía, adelanta incluso la jugada y anuncia nuevas rebajas del precio del dinero.

¿Volverá la conciencia a la economía o el fin del beneficio seguirá justificando los medios para conseguirlo?
En la Cumbre hay un llamamiento a la integridad financiera. Esto era impensable hace algún tiempo. En Estados Unidos se convulsionó el sistema con Enron y eso en las Escuelas de Negocio ha dejado como huella que la gente esté cada vez más preocupada por el juego limpio. Una de las consecuencias de la crisis será estigmatizar a quienes provocaron tan bochornosos espectáculos. Ignoro el alcance, pero habrá efecto escarmiento.

¿Hay una receta ideal que combine mercado y Estado?
El mercado no puede estar sin supervisar porque tiene fallos, y cuando los hay se debe intervenir. Se ha convivido durante una etapa larga con la ilusión de que los mercados financieros podían no tener guardia de circulación hasta que vimos los accidentes que hemos visto. Quizás vamos a un capitalismo en que la supervisión tenga mayor peso.

Los primeros en recibir ayudas estatales han sido los primeros causantes de la crisis: los bancos. ¿Tiene sentido?
Vivimos una crisis de crédito en la medida en que su manifestación más importante es un estrangulamiento de la circulación crediticia, que los gobiernos han tratado de ayudar a restablecer. Lo que ocurre es que, en la medida en que a su vez los bancos acumulan desconfianza, están reteniendo esas posibles inyecciones de liquidez por temor a lo que pueda venir. Y quizás sea el momento en que los gobiernos tengan que fiscalizar muy mucho qué se hace con ese dinero. Sobre todo, cuando observamos que en algunos países que se da ayuda financiera se pagan dividendos. Hasta ahora, en España no hemos visto ayuda a fondo perdido, pero no tendría sentido ofrecer liquidez a través de activos y luego dar dividendos.

Dicen que las recetas socialdemócratas se están imponiendo a las neoliberales.
Es una discusión que no es rentable y no sirve para nada. Lo que acabamos de ver es que la arquitectura financiera de la principal economía del mundo se venía abajo y el Gobierno estadounidense se ha arremangado para sostener como puede ese entramado. En el Reino Unido se hundían los bancos y se han nacionalizado. No es bueno el maniqueísmo ideológico. Ha habido un ejercicio de pragmatismo, que da una cierta seguridad.

¿Saldremos adelante?
Sí, pero no me atrevo a decir cómo y cuándo. A mis alumnos les digo que estamos viviendo una clase práctica en directo que va a pasar a los libros de historia.







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